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Samuel es uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento, fue hijo de Elcaná (quien era un levita que vivía en el monte de Efraín) y de Ana, que fue estéril anteriormente y quien pidió fervientemente a Dios un hijo, cuando se le concedió lo llevo al Templo de Silo para consagrarlo a Dios y lo dejo al cuidado del sacerdote Elí, quien lo crio.

Samuel fue llamado por Dios cuando aún era muy joven, estando en el Templo, una noche escuchó su nombre ¡Samuel! ¡Samuel! Respondió: “Aquí Estoy” y corrió donde Elí y le dijo: “Aquí estoy ya que me llamaste” Elí le respondió: “Yo no te he llamado, vuelve a acostarte” Samuel obedeció, pero de nuevo escucho su nombre, se levantó una vez más y volvió donde Elí. “Aquí estoy” puesto que me llamaste” le dijo. Elí le respondió: “Yo no te he llamado hijo mío, vuelve a acostarte, por tercera vez Samuel escuchó su nombre y entonces Elí le dijo: “Anda a acostarte y si te llaman responde: Habla Yahvé, que tu siervo escucha” (Cfr. Sam 3, 1-14).

Así lo hizo, y entonces Yahvé le hablo y le dijo que condenaba la casa de Eli ya que sus hijos habían actuado mal y el nada había hecho al respecto. Podemos decir que fue a partir de aquí que comenzó la misión profética de Samuel de transmitir el mensaje de Yahvé, en su historia podemos ver que su vida consagrada al Señor lo llevó a la constante intercesión por el pueblo y el sufrimiento inherente a su misión.

Samuel enfrenta la crisis del paso de la época de los jueces a la monarquía hereditaria. Él es el último de los jueces, y el primer profeta de la monarquía. Funge como sacerdote al ungir a Saul y David como reyes.

Como rasgos característicos del profetismo de Samuel encontramos que:

– Responde con disponibilidad al llamado de Dios.

– Su Palabra siempre se cumple.

– Invita a la conversión.

– Recibe la palabra Divina y la transmite con fidelidad.

Fue fundador de las escuelas de Profetas que ejercían mucha influencia religiosa y educativa durante la monarquía. Su énfasis en la obediencia de corazón en vez de en los ritos exteriores presagia el mensaje de los grandes profetas que surgirían más tarde. Leemos en el capítulo 15 como Samuel le dice a Saul refiriéndose a los sacrificios: “¿Acaso se complace Yahvé en los holocaustos y sacrificios tanto como en la obediencia a la palabra de Yahvé? Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros” (1Sam 15, 22).

El hombre se fija en las apariencias, pero Dios ve el corazón, y esto significa que Dios juzga mejor que nosotros, vemos pues que todos somos llamados por Dios para una misión.  Hay que descubrir los valores profundos de cada uno y no dejarse influenciar por las apariencias, hay que aprender a “ver el corazón”.

Un detalle que podemos resaltar de Samuel es que en ese brinco, de los jueces a los reyes, el no estuvo de acuerdo; porque ya veía venir las consecuencias, y trató de convencer al Señor de que no le diera al pueblo un rey. Pero el Señor que nos tiene una paciencia enorme, avalada por la libertad que él nos dio, nos deja hacer. Y Samuel, a querer y no, terminó cumpliendo la voluntad de Dios. Esto lo digo por las veces en las que no estamos de acuerdo con lo que Dios nos pide, y en vez de hacerle caso y obedecer, nos enfurruñamos, y hasta nos damos el lujo de enojarnos con él y ¡no le dejamos de hablar! ¡Somos a veces tan soberbios!

Así que sigamos el ejemplo de este buen Samuel y seamos dóciles a las enseñanzas y preceptos que nos da el Señor.

El presente escrito fue tomado de la reflexión personal del equipo de presentadores del programa sabatino de radio Palabra y Vida coordinado por Jorge A. Cervantes Alday, y es transmitido en Radio Guadalupana (1240 AM) en Ciudad Juárez, México.

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